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Una ligera llovizna salpicaba la capital de la nación. Bajo la tenue luz de una lámpara de mesa, el presidente Luthor terminaba de redactar un discurso. Le gustaba redactarlos él mismo, sin intermediarios.
La lámpara de la mesa se apagó de golpe. Luthor pulsó varias veces el botón.
-Empezaba a preguntarme cuándo ibas a venir por aquí- murmuró con una sonrisa diabólica, y abrió silenciosamente un cajón de su mesa.
-Tu arma la tengo yo- respondió una voz emergida de las sombras, y dos ojos blancos y fríos destacaron en la oscuridad.
Si algo caracterizaba al presidente Luthor era su falta de miedo. Sabía cuándo una situación era peligrosa, incluso crítica; pero jamás se dejaba llevar por el miedo sin antes intentar encontrar otra alternativa.
-¿Qué quieres? Porque supongo que no tiene demasiado sentido dar la alarma, ¿verdad?
-Has vuelto a intentar hacer daño en mi ciudad- sentenció la voz-. Te advertí en su momento que Gotham no es tuya. Es mía.
-Ya. Será mejor que tengas algo más sólido que un simple desagrado para con mi política.
-Tengo a Samuel Price.
Un leve siseo a la derecha. El sonido de algo surcando el aire de izquierda a derecha de la habitación. El choque de dos objetos metálicos. El gemido de dolor de una mujer, acompañado por el golpe sordo de un objeto sobre la alfombra. Todo eso sin que los dos ojos blancos se apartasen de la mirada de Luthor.
-Está bien, Mercy, no pasa nada- dijo el presidente-. Buen intento, pero no te preocupes. El caballero y yo estamos dirimiendo un asunto como personas civilizadas,
-Sí, señor- respondió la voz de la guardaespaldas personal del presidente.
-Lo diré una sola vez más, Luthor- prosiguió la voz en las sombras-. Vuelve a intervenir en Gotham, y serás tú el que salga perjudicado.
-¿Me estás amenazando, detective?- preguntó el presidente con cinismo-. Eso se puede considerar un delito de traición. Sigue por ese camino, y mañana mismo tendrás al ejército persiguiéndote, para ser juzgado y condenado como el peligro que supones para la nación.
-Yo no soy un peligro para la nación, Luthor- replicó la voz sin alterarse-. Yo soy un peligro para ti. Samuel Price me ha proporcionado una copia de los documentos que China le ordenó robar de tu despacho. Así que ven a por mí, o a por los míos, o incluso a por Samuel Price, y los documentos saldrán a la luz.
-Es un farol- dijo Luthor.
Batman no respondió. Ahora que los ojos del presidente se estaban habituando la oscuridad, le pareció que el Murciélago estaba sonriendo.
-No tienes esos documentos. Ni siquiera sabes qué había en esos documentos.
-Sólo hay una forma de averiguarlo. ¿No crees, Luthor?
El rítmico golpeteo de la lluvia sobre el cristal fue el único sonido en la habitación. Luthor hervía por dentro, deseaba quitarse de encima a ese rival como estaba acostumbrado a hacer. Pero Batman tenía demasiadas cartas en su poder, y él no había conseguido ninguna.
-Piensa en lo que te he dicho, Luthor- concluyó la voz.
En ese momento volvió la luz al despacho oval. Aparte del presidente tras su escritorio y de Mercy Graves agachándose a recoger su pistola, no había nadie. Tan sólo un batarang, caído junto a la pistola, había quedado como evidencia.
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